¿Hasta qué punto el objeto mostrado se refiere a un mundo mejor?

El mun­do con sí mis­mo, esta­ba allí mucho antes que noso­tros — y esta­rá allí mucho des­pués que noso­tros.

Así es como imagino un mundo mejor:

El cie­lo azul sin con­tra­tiem­pos, pero lleno de pája­ros. Dos bui­tres se agru­pan en un círcu­lo en lo alto. Pája­ros car­pin­te­ros mar­ti­llan­do los fres­nos teñi­dos. Los enjam­bres de gorrio­nes chi­llan en los arbus­tos. A las sie­te de la maña­na y a las nue­ve de la noche, el melo­dio­so can­to de un mir­lo en el cere­zo en flor. Y de un día para otro, un cam­po de gri­llos.

Un mun­do pro­pio, cuyos soni­dos y tonos son más cla­ros que nun­ca. Por la noche, el cie­lo negro está lleno de estre­llas cen­te­llean­tes. El mun­do natu­ral ante nues­tros ojos: increí­ble­men­te bello; el reti­ro fue dolo­ro­so, como cuan­do se aban­do­na una aven­tu­ra amo­ro­sa.

El virus nos envió los pre­cur­so­res de un apo­ca­lip­sis, en el que el sufri­mien­to humano, sin pie­dad y con una dis­tri­bu­ción dife­ren­te, nos dio una visión. El mun­do natu­ral tal como es, como pue­de ser, una vez que no está suje­to a las nor­mas huma­nas. Podría ser un mun­do natu­ral en el que mira­mos a los ani­ma­les sin sen­tir cul­pa. Uno en el que esta­mos sin pre­sen­ciar su des­truc­ción. Un mun­do en el que el mun­do pue­de ser y en él la gen­te.

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