¿Hasta qué punto el objeto mostrado se refiere a un mundo mejor?

La brú­ju­la te mues­tra la direc­ción inclu­so cuan­do el sol no está bri­llan­do. No te dirá cuál es tu des­tino, pero pue­de ayu­dar­te a man­te­ner el rum­bo.

Suðu­rár­bot­nar, en el desier­to de Islan­dia.
“Espe­ro…” comien­za Larus. “Espe­ro que poda­mos encon­trar agua esta noche.”
No esta noche, mi culo. Es más de media­no­che, sobre la tie­rra se encuen­tra el cre­púscu­lo de una cla­ra noche de verano jus­to deba­jo del Círcu­lo Polar Árti­co.
“Estoy tra­tan­do de bro­mear con que aquí tam­po­co hay gri­fo. La len­gua se pega al pala­dar, la mochi­la pesa en los hom­bros.
“¿Me pre­gun­to si ya hemos ter­mi­na­do?”
El camino de las tie­rras altas que segui­mos ape­nas está mar­ca­do aquí. Ni siquie­ra los jeeps dejan hue­llas en la lava de la cuer­da negra y rígi­da.
Ani­da­ré la brú­ju­la deba­jo de mi cha­que­ta. Con­tra el páli­do cie­lo, jus­to delan­te de noso­tros, dos vol­ca­nes de mesa se ele­van sobre la ári­da super­fi­cie.
“Sellan­daf­jall está jus­to al nor­te de noso­tros”, digo. “No lo hemos supe­ra­do, mira, debe­mos estar cer­ca de él…”
Nos esta­mos demo­ran­do. Deten­te, escu­cha. Un gor­go­teo bajo. Hemos encon­tra­do la fuen­te: agua viva en el desier­to.

La polí­ti­ca es caó­ti­ca; las cade­nas de pro­duc­ción mun­dia­les se devo­ran. Como un desier­to, el futu­ro está por delan­te. ¿Cuán­tos millo­nes sue­ñan con una vida mejor?
Esa es la meta. Y nece­si­ta­mos una nue­va brú­ju­la, la agu­ja mag­né­ti­ca de la huma­ni­dad: un cur­so hacia el agua pura, hacia la luz del ama­ne­cer, hacia una bue­na vida para todos.

Así es como imagino un mundo mejor:

El inver­na­de­ro
(Junio 2051)

Cojo mi bici­cle­ta del cober­ti­zo, pen­san­do en la con­fe­ren­cia que voy a dar. Intro­duc­ción a la ocea­no­gra­fía: olas mons­truo­sas y tsu­na­mis.
El car­te­ro me salu­da emo­cio­na­do, con un gran sobre ver­de. Reco­noz­co el logo impre­so de la Madre Tie­rra, y mi cora­zón se detie­ne.
El Par­la­men­to de la Tie­rra.
La car­ta con­fir­ma mis sos­pe­chas: “…usted ha sido sor­tea­do para repre­sen­tar a su región el pró­xi­mo año, en 2052, en el Con­se­jo de Exper­tos del Par­la­men­to de la Tie­rra, en la Comi­sión para el Cli­ma y el Medio Ambien­te Lim­pio. Por favor, hága­nos saber a prin­ci­pios de sep­tiem­bre si acep­ta el nom­bra­mien­to”.
¿Qué debo hacer?
Soy, de hecho, un par­ti­da­rio de este sis­te­ma. Cada año, 500 ciu­da­da­nos de todo el mun­do y 500 exper­tos son sor­tea­dos para legis­lar sobre pro­ble­mas de impor­tan­cia mun­dial. Los exper­tos pro­po­nen, res­pon­den a las pre­gun­tas; el con­se­jo de ciu­da­da­nos toma las deci­sio­nes fina­les. Todo en com­ple­ta trans­pa­ren­cia; “la casa de cris­tal” tam­bién se lla­ma el Par­la­men­to de la Tie­rra.
Admi­to que cuan­do el Par­la­men­to de la Tie­rra se reu­nió por pri­me­ra vez en 2022, como reac­ción al cho­que de la coro­na, tuve dudas. ¿Cómo se supo­nía que estas per­so­nas, un buen 20% de ellas anal­fa­be­tas, reu­ni­das al azar, iban a resol­ver los com­ple­jos pro­ble­mas en los que los cien­tí­fi­cos y los polí­ti­cos expe­ri­men­ta­dos habían fra­ca­sa­do duran­te déca­das? Pero fue pre­ci­sa­men­te la sabi­du­ría terre­nal de los peque­ños agri­cul­to­res afri­ca­nos, la deter­mi­na­ción de los habi­tan­tes de los barrios bajos de la India con su visión cris­ta­li­na de lo esen­cial, lo que con­tri­bu­yó de mane­ra deci­si­va a lle­var al mun­do por un nue­vo camino. La “casa de cris­tal”, a la que ini­cial­men­te se le son­rió como una uto­pía, ha cam­bia­do muchas cosas para mejor.
¿Pero inclu­so sen­ta­do en ella? ¿Sacri­fi­car un año, aban­do­nar a mis estu­dian­tes? Y sobre todo, sólo soy un cien­tí­fi­co. Uno de los habi­tan­tes de la torre de mar­fil, mi cabe­za lle­na de ecua­cio­nes, sin nin­gu­na expe­rien­cia en polí­ti­ca o pro­ble­mas prác­ti­cos. ¿O sólo estoy dicien­do esto para evi­tar una tarea difí­cil?
Cuan­do lle­go a la sala de con­fe­ren­cias, sigo per­di­do en mis pen­sa­mien­tos. En lugar de mis notas, acci­den­tal­men­te arran­qué el sobre de mi bol­sa de la bici­cle­ta. Los estu­dian­tes empie­zan a susu­rrar, y Ayesha, la más habla­do­ra del gru­po, gri­ta: “Oye, ¿te has meti­do en el Par­la­men­to de la Tie­rra? ¡Eso es genial! Enton­ces el año que vie­ne se ins­ta­la­rá el sis­te­ma inter­na­cio­nal de aler­ta de tsu­na­mis…”
“Y podrías pre­sen­tar el nue­vo méto­do para eli­mi­nar el CO2 en el que están tra­ba­jan­do en la Uni­ver­si­dad de Delft”, aña­de Leo­nar­do con entu­sias­mo.
Me sor­pren­do a mí mis­mo son­rien­do. ¿Por qué no se me ocu­rrió esta idea de inme­dia­to? Nues­tras emi­sio­nes de gases de efec­to inver­na­de­ro han esta­do bajo con­trol duran­te las últi­mas déca­das, pero la eli­mi­na­ción del CO2 emi­ti­do en el pasa­do sigue sien­do un pro­ble­ma urgen­te. Una carre­ra con­tra el tiem­po para sal­var la capa de hie­lo de Groen­lan­dia.
La ecua­ción de la onda, que está en el currícu­lo de hoy, ha sido olvi­da­da. Dis­cu­ti­mos, o más pre­ci­sa­men­te, los estu­dian­tes dis­cu­ten, y yo escu­cho, reco­jo suge­ren­cias en la piza­rra digi­tal, lla­mo a los ora­do­res cuan­do hay dema­sia­das peti­cio­nes para hablar. Cuan­do ter­mi­ne el perío­do de cla­ses, esta­mos lejos de haber ter­mi­na­do, pero hemos deci­di­do orga­ni­zar un taller des­pués de la pau­sa del semes­tre, abier­to a todos los estu­dian­tes y habi­tan­tes de la ciu­dad intere­sa­dos.
Sólo de camino a casa me doy cuen­ta de que nin­guno de los estu­dian­tes me pre­gun­tó si que­ría acep­tar el nom­bra­mien­to. Pero en reali­dad esta cues­tión ha sido resuel­ta.

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